El crítico es un estratega
en el campo de batalla.
Walter Benjamin,
La técnica del crítico en trece tesis.
Sentados en círculo bajo la parca
irradiación de un foco de 45 watts, los hombres descansan tras una dura faena.
En un rincón oscuro del cuarto, envuelto en papel de diario, yace el cuerpo
sanguinolento de un libro. Por sus márgenes, a través de ciertos hematomas y
cortes superficiales, puede divisarse (como si se tratara de una puntual
estratigrafía) el discurrir de la literatura mendocina contemporánea.
Como en el mito griego
de la castración uránica, las gotas de esa hemorragia, de ese flujo oscuro y de
densidad siempre variable caen hasta mezclarse con las infinitas inmundicias
(semen, lágrimas, premios estatales) que pueblan el otrora impoluto suelo de la
habitación.
Estamos en el Fin del
Mundo, antes del Gran Estallido, en el Último Rincón Posible.[1]
Dramatis personae
Humo. Cigarrillos.
Botellas. Ladridos lejanos (¿a quién le ladrarán esos perros?). La noche está
poblada de pequeños incidentes sin relevancia. Autos que aceleran, disparos
aislados, gritos perdidos. La habitación es un hueco tranquilo en medio de la
oscuridad.
Mirálo, parece
un sacristán.
¿Y el otro?
Baila sin meterse
(perdido en lo desértico).
Eso dicen.
Hizo del inodoro un
trono y ahora lanza dicterios trasnochados.
¿Verdad? Es lo que todo
el mundo comenta.
¡Lleva un sable cargado
de luz mala!
[…]
¿Venderá el Éxtasis en
cómodas cuotas? ¿Sobrevivirá al estallido hormonal que la atraviesa.
No lo sé, no está sola,
ni perdida, ni hambrienta.
¿Está…?
Lleva una pesada
mochila. A veces se detiene; otras, no.
¿Sueña?
Contrainteligencia
Yo digo que él dice que
aquellos dicen lo prácticamente dicho por todos. Lo que demuestra a la luz de ciertas
constancias hermenéuticas, que en pleno vértigo circulatorio, en pleno furor
proliferante de las doxas, los relatos emitidos por el Sistema
Nervioso Central del Último Rincón Posible, son eso: una pura y
contumaz nebulosa.
Descifrar los mensajes
que emite el Último Rincón Posible a un nivel estrictamente literario es haber
aceptado la invitación de entrar a giorno en el difuso terreno
de las blasfemias, la mala leche y la erudición.
(Es por eso que estos
hombres están muertos; nadie podría reclamar la estela deleble de unas
sombras descolocadas.)
El Escritor Local[2] tiene una personalidad ciertamente
sensible; por eso –en función a ese dato caractológico- sabemos que en algunas
noches de luna llena, y si la situación así lo amerita, suele llorar. Y que esa
reacción, por otra parte natural en un cuerpo joven(?), sano y voluntarioso, es
la materia insustituible con la que está hecho el espesor[3] de su obra.
Todo en un mismo y único
movimiento, como enseña la práctica rigurosa de la caligrafía china. Todo de
una vez y para siempre y sin mirar atrás –en eso consiste la eficacia de su
método. Es por eso que el escritor de estos pagos traza desde muy temprano la
que será, si el viento de la historia y su propia capacidad de adaptación al
medio se lo permiten,la impronta de una economía futura, a cuyo rigor y
criterio totalizador sacrificará el merecido fruto de su trabajo y la relativa
verdad de sus ideales.
En fin.
Ha visto a las mejores mentes
de su generación destruidas por la locura,
hambrientas histéricas desnudas,
arrastrándose por las alamedas
al amanecer en busca
de un colérico virulazo…
En la mente de Él las palabras circulan como fragmentos
dispersos de un asteroide verbal,caído en algún inhóspito lugar -suponemos-
del desierto lavallino. Es todo lo que puede llegar a saberse sobre tan
mítico origen. Pero alcanza (y cómo) para suscitar la emergencia de una
tradición propia (de puro arraigo telúrico o, por lo contrario, conjeturalmente extraterrestre) y
sentirse a la fuerza –y por la fuerza misma de esa poderosa definición- legitimado. A partir de ahí, a partir de ese posicionamiento crucial en el
organigrama cósmico, el Centro[4] será el lugar elegido para llevar a cabo
una serie de disputas simbólicas.(Y a ese horizonte agonal irán a morir, breves
y melancólicas, las poluciones nocturnas de varias generaciones de autores.)
Pasado el tiempo, nuestro héroe suplirá sus carencias afectivas, políticas y
culturales, con el halo instrumental de la diplomacia. Será un hombre recto,
adulto, sin resentimientos, que mirará su pasado sin mácula de nostalgia o
pena. Habrá adquirido las mañas de un animal doméstico, agradecido de la vida y
de las sólidas migajas que, con una premeditación rayana en la astucia, ha
sabido recoger de su época.
É.L.
|
aquello que se creía
perdido vuelve ahora a urgirnos como una oscura llamarada qué es lo que creímos
esconder bajo el ropaje sencillo de nuestros gestos bajo el ala estúpida de los
pensamientos aislados qué es lo que supimos leer sobre la superficie averiada
de las cosas como si un rayo una satori fulminante nos hubiera revelado algo un
sentido una senda una dirección confiable por la cual transitar a ciegas sin
brújula ni miedos qué sucedió después días meses años después para que
reaccionáramos de tal forma (¡el horror! ¡el horror!) cierto que había que
deambular por las calles desmantelando el frente enemigo esconderse –dirías- entre la gris muchedumbre planificando con timidez nuestros
atentados
Lo consiguió en una mesa
de saldos. Viejo, amarillento, con las marcas que el paso del tiempo imprime en
todos los seres, vivos y no. Luego lo llevó al cuarto dejándolo abierto sobre
la mesa de trabajo. Subió el volumen de la radio. Captó el leve vaivén sonoro de la
Emisora Oficial. Constató la existencia de las herramientas
necesarias; operó.
Sobó.
Cortajeó.
Perforó.
Leyó; hizo crítica
literaria y, ay, eyaculó.
Sobre la crítica
literaria como canoping[5]. Imaginemos un texto cualquiera al cual se le asigna, v.gr., el valor de un
paisaje: un paisaje montañoso. Imaginemos asimismo una línea ficticia que
atravesara de punta a punta (como un largo cable de acero) la totalidad de la
página escrita. Imaginemos: lo que hay abajo, lo que hay arriba, lo que se
escurre vertiginosamente a los costados... El crítico, suspendido de su arnés
teórico, se desliza a la cuenta de tres... La sombra de su figura proyectada
bajo el ***[6] será el único testimonio de su paso fugaz por el texto.
y estaba sobre todo el
asco la repugnancia el odio inflexible al protocolo intelectual al mandarinato
servil de la época esa forma de resistencia autodestructiva por otra parte tan
previsible (siempre el envión la cornada fatal dirigida hacia lo mejor/peor de
nosotros mismos) que nos llevaría días meses años después a morir enclaustrados
en baños malolientes en vagones abandonados o en las infinitas camas de la
CARIDAD consumidos por espasmos de éxtasis sin goce ni vértigo
Dramatis personae
¿Por qué tan cristiano,
tan oscuramente curial el sur nuestro? ¿Por qué tan austero?
¿Por fatalidad? ¿Por
latitud?
¿Los “collones eternos”?[7]
En su tumba hay flores,
flores secas. Las placas están de más; son devoradas por el(lento) silencio
villero.
Pienso que ahí está el
comienzo de todo, el origen primero de nuestro malestar.
¿El cinturón bíblico?...
¿El asteroide?...
¡La madrastra!
[…]
Reina en el agua pura y,
ávida, no se mancha.
Fue sin duda la impronta
indubitable del video clip, su malogrado vértigo.
¡Les hacharon la mesita!
La cotidianidad de un
grupo de tareas no es fácil y suele producirse todo tipo de roces. Nada se
sabe: ni qué pasará mañana ni quién dejará –por muerte, enfermedad, premiación
o fuga imprevista de alguno de sus integrantes- la muelle seguridad del
aguantadero.
Es inherente a este tipo
peculiar de ilegalidad la sensación[8] de que se está parado la mayor parte del tiempo sobre
terreno inestable(“en lo barroso” como dice, creyéndose muy culto, el chistoso
de siempre). Y eso produce verdaderas sobredosis de nerviosismo, borbotones de
ansiedad... Sucede que estos hombres (los Leónidos), además de pasarse muchas
horas encerrados entre las cuatro paredes de una casa en un barrio periférico,
consumen ingente cantidad de drogas: alucinan rizando el
fragor del rizo.[9] Con cada ingesta, con cada paquetito encontrado al azar, nace la maravilla:
un texto cortajeado se vincula con otro manchado de vino u orina, el nombre de
un autor murmurado por alguien que no pudo o no quiso llegar al baño –METELE
TIZA- con otro citado por quien cree haber hablado pero no (todo esto sucede
dentro del ámbito marginal de sus cráneos).
Así van, dueños de sí,
tramando las hilachas afiligranadas de su conjura.
Los muros de la
habitación están forrados con cientos de vestigios de la cultura escrita
(importan las fechas, las genealogías, los contextos, las fuentes; importan las
diferentes estéticas en pugna). Sobre la pared que da unos los cerros nevados y
con una caligrafía algo titubeante, alguien escribió:
PROMOVER UNA REVOLUCIÓN
QUE DERRIBE EL MONOPOLIO
DE LA LITERATURA LOCAL/ UTILIZAREMOS PARA ELLO A
AUTORES QUE CARGUEN EN SI LA SUPREMA IMPIEDAD DEL RESENTIMIENTO
Y LA PARANOIA/ ASQUEADOS POR LAS CONDICIONES DE UNA ÉPOCA INFAME,
ÉSTOS HABRÁN DE ENTRAR A SACO EN EL PALACIO DE ¿INVIERNO? PROCLAMANDO
A LOS CUATRO RUMBOS CONSIGNAS QUE RESONARÁN COMO GRITOS DE COMBATE/
Los hechos
Hubo un verdadero trabajo de inteligencia. Se planeó
la acción en tres partes bien diferenciadas.Primero: observación directa del
material. Segundo: secuestro. Tercero: huida.
Hubo también especial cuidado de no dejar huellas.
Entonces borramos las marcas, los posibles elementos
incriminantes.
Y nadie dijo nada.
La prensa no dijo nada. La televisión no dijo nada.
Los intelectuales estaban en otra. Dormían de cara al sol.
Las redes sociales, antes tan alertas y en pie de
guerra contra cualquier forma de injusticia, continuaron con su particular
atonía, desentendiéndose del asunto.
Sólo son libros, dijeron.
Papeluchos de una pobre feria, dijeron.
Mientras los novelistas miraban el techo.
Mientras los cuentistas miraban el suelo.
Mientras los poetas miraban un objeto (un jarrón) al
cual no podían (ni querían) definir.
El grupo avanzó como un virus programado para
aprovechar las condiciones de una época desatenta.
Se leyeron detenidamente los informes, las propuestas
metodológicas, las estrategias a seguir.
Y el trabajo se hizo. Limpiamente y hasta con una
inusitada delicadeza.
Fue una acción directa.
Luego, dos días después del último operativo, el
cuarto de la vivienda del barrio periférico se llenó de ruido. El humo
desdoblaba confusamente las perspectivas. Todo formaba parte de un tópico
contracultural al cual creíamos pertenecer. Éramos los continuadores, los
epígonos de una larga y alucinante tradición –un adobe místico- de cuyos padres fundadores solíamos olvidarnos
con demasiada frecuencia.
Sin embargo la cocaína existía (de hecho, la
fraccionábamos utilizando nuestros propios panfletos).
La marihuana existía.
La ketamina llegó a ser una realidad tangible.[10]
El alcohol garantizaba cierto grado de lucidez. El
alcohol era una brújula. Una boya imprescindible colgando del horizonte.
Nadie dijo: está mal lo que hacemos.
Nadie dijo: no
tiene sentido, es absurdo…
Nadie preguntó: ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con qué
objetivo?
Pero siempre es poco. A decir verdad, todo nos resulta
poco últimamente.
Hay que esmerarse más, salir de la modorra.
Planificar el próximo golpe. Hacer sobre la pared
desnuda tantos cálculos como sean necesarios. Ordenar el cuarto de
trabajo. Recoger las herramientas. Levantar los pedazos. Desaparecerlos.[11]
///
Apéndice
Los collones
eternos [12]
I
lelo litio lameculos
a lamidos limpios linajudos
inaugurando piezas por-
centuales
en plan panorámico
(editado)
panóptico
acanalado
dentre la siembra
serviles sanadores
de cuyo seno
separábanse luengas
lágrimas alegres alertas
siempre siempre
como la almohada roída
de ya no ver verse la en-
trepierna
en globosos glúteos gobelinos
entonces
de escritores sureros sin
suerte
apergaminados
por pliegues académicos
o formales hallazgos
de la uretra
en redacciones
cada vez más pulpas
enormesdeformes
omisiones
del pasado atroz
benedictino
a diario lémures floridos
despe-
lotados
en la estatal covacha
que estambran
superficies mediáticas
sin paz ni tino
ni
justicia pente costal
del niño rubio amorado
/un puntazo/
nunca adosado
a la martingala
furiosa
decadente que
o simulase
o gira a grados menta/mente
oh suplicio mayor meta-
lúrgico artesanal
de lamas manyando
en el cafetal
de la hosca carbónica
de la hosca carbónica
lumínica
ambrosía popular
y lo que dícese
por amorío turbio apijado
en ese rincón ahumado
qué fumo enervante plagiara
en zoco
ritual de extrarradio?
como si la carcajada
mayor ubicua
de todas las zalemas posibles
terminar pudiera
con la cultura curvada
del círculo
de acequia encendida
en el empeine que entre-
ve esa posibilidad
de la retina rancia
de la retina rancia
antojolizada
raudamente rígida de bombar-
dearse mutuamente
las quijadas
II
persiguiendo
el estilo que ayer nomás
royeran en esa escapada
furiosa
drogada diagonal
a Oriente
horizontalmente
encendido
como la paz que no lle-
gara enyugada
por silabáricas meretrices
pautadas radiando
una tuca
de contemporaneidad
perdedora
predecible pero jamás
nunca desaguada
ni vertida
que los poetas
(escriben)
sobre poetas
ahí nomás
en el salitre ambiguo
mal lenguado que lamióse
solo
solísimo por años ciego
los huesos
de Lorenzo
cual exvoto axial
de una futura Cruzada
III
para exportar
perdedoras
deshechas ideaciones
envueltas en radiaciones
elucubradas
en un sur crístico
homeopático
que en arenales
desiertos metafísicas
verdades regalara
cuarenta
eternidades sin baluarte
eyaculan
la limpia vox
del pueta
2002
* Inédita.
[1] La peste había arrasado con buena parte de la
población cortando sus racimos putrefactos. Sólo habían sobrevivido escasos
núcleos habitados entre los cerros y más allá, en el amplio desierto. La peste,
ahora que lo pienso, contribuyó de manera sorpresiva con nuestro trabajo. Los organismos
encargados de la preservación de la Cultura, al verse superados y agotadas finalmente
sus instancias defensivas, se diluyeron de la noche a la mañana. Bibliotecas,
museos, librerías, archivos y las universidades fueron a partir de entonces
nuestro festivo coto de caza. (Recuerdo la larga lista de “elementos patógenos”
-así los llamábamos- empleados para hacer colapsar, en acciones espontáneas que
ahora ya nadie recuerda, el interior del Gran Mausoleo de las Ideas: ratas,
gusanos, cucarachas, vinchucas, arañas, culebras, perros sarnosos, fetos,
excrementos, gatos en celo, gorriones degollados [sin ojos, of course], termitas, hongos, alacranes, cactus, estampitas, escapularios, cenizas,
juguetes rotos, banderines, fotos, alpargatas, huesos, desechos recolectados en
nuestras andanzas frenéticas por geriátricos, albergues transitorios, boliches,
estadios, bares, escuelas, comisarías, mataderos, comercios, wisquerías,
jardines maternales y demás dependencias del Estado; además de panfletos
políticos [ambidextros], diarios, revistas, diccionarios, enciclopedias, manuales,
fanzines, partituras, ordenanzas, papers, reglamentos,
expedientes, guías telefónicas, servilletas, mapas, boletas, páginas de La Biblia y El Corán, etc.
[2] A partir de ahora: Él.
[3] La Gravedad como metástasis textual.
[4] la Plaza Mayor, la
Cátedra, el Medio, la Revista Independiente o el Blog Sumarísimo. (Persiste la
opinión de que el Centro no existe y que su constante nominación en bares,
celdas y redacciones sería el producto trasnochado de alguna primitiva
mentalidad paranoica. Fieles de un culto incorpóreo, los habitantes del margen
serían, desde este punto de vista, abstractacciones carentes de una identidad
reconocible. So[m]bras nada más…)
[5] Deporte extremo
consistente en desplazarse de un árbol a otro (piénsese, por ejemplo, en la
ecuación árbol = tradición literaria) a través de un cable de acero, con la
ayuda de un arnés de cintura y una polea. Actualmente se ha extendido su
práctica sobre distintos accidentes geográficos, en especial en aquellos
particularmente sensibles a las prácticas predatorias humanas.
[7] Ver Apéndice.
[8] facciones neorrománticas en el seno del
grupo así lo atestiguan (en verdad les choca llamar “cárcel del pueblo” a un
viejo arcón oxidado).
[9] Salomé, Carlos. Mágnum, Bs. AS., Ocnos, p. 93.
[10] El primer mártir del grupo, confundiendo
el lugar y la hora de una reunión, quedó atrapado en el interior de un
sorpresivo Hoyo K. Sirva este pie de página a modo de homenaje.
[11] El futuro:
No voy a mentir (¿quién habla cuando habla?). No voy
a seguir con el plan prefijado. Olvidar y proseguir. Recolectar y quemar. Leer
y acumular. Rápido. Se acaba el tiempo. Mi salud está que arde. Es la fiebre de
la peste y el color dorado que todo lo tiñe y desdibuja. Mis pies. Mis dedos. Mi pene es un arbusto lleno de vida. Amén. El aguantadero ahora es mi tumba, mi
mausoleo privado. (¿A quiénes le ladrarán?) Una pirámide negra erigida a modo
de homenaje por mis súbditos barriales, quienes, humildemente y sin que
se los pida, se desnudan y abren sus nalgas para que yo, rey de este infierno,
me vacíe... ¡Qué más puedo hacer! Horror de haber nacido hombre y de haber
respirado el aire del mundo como una esponja obsesiva…Horror de haber perdurado
aunque sea por un solo minuto en la memoria percudida de seres tan inmundos como
yo. Asco y bardeo sobre toda la humanidad.
[12] Salomé, Carlos. Opus cit.
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